martes, 8 de noviembre de 2011

Un mes después, mis primeros días en Edinburgh.


Hace exactamente un mes y seis días que llegué a Edimburgo. Me gustaría haber podido escribir mucho antes, el primer día, la segunda semana, el primer mes… Pero como la mayoría de los que me leéis (si es que alguien lee el blog) sabéis, desde que llegué a Edimburgo he tenido que andar robando internet en lugares públicos, así que no he tenido oportunidad de sentarme unos minutos y actualizar este blog. Una vez dicho esto pasamos a la historia:

2.10.2011

No fue nada fácil despedirme de aquella tierra. Una punzada de dolor, miedo y emoción empezó a crecer en mi interior el día antes de marcharme, cuando me encontré en aquel parque con aquellas fotos , con cientos de recuerdos felices grabados en ese papel, con las caras de siempre (las mismas que tanto echo de menos), con lágrimas y sonrisas. Los abrazos estaban contados y aun así era incapaz de hacerme a la idea de que no vería esas mismas caras en algunas semanas, incluso en meses. Cada despedida se fue llevando un poco de mí, un poco de mi que espero haber dejado en ellos, en sus recuerdos. Hay tantos sentimientos que quieres demostrar en esas situaciones, tantas cosas que decir, tantas emociones contenidas… y sin embargo eres incapaz de decir la palabra adecuada, estás ausente, extraña, sin poder imaginarte y creer lo que se acerca. Aquella tarde llena de lágrimas y sonrisas fue el principio de este viaje, pero sabía que no era lo único a lo que me enfrentaba. Llegas a casa, miras cada foto y su dedicatoria, contemplas un cuadro lleno de recuerdos, y terminas de hacer la maleta mientras esa pequeña punzada va creciendo en tu interior. Freddie está extraño, mamá está extraña, yo, yo sigo estando ausente…

El día siguiente no es más que una continuación de lo que empezó en aquel parque, contemplas por última vez a ese cachorro para no olvidar ningún rasgo de su pequeño cuerpo, te aferras a él y ves en sus ojos la ignorancia, ignorancia de lo que iba a suceder, y sonríes, sonríes porque sabes que él estará bien. El pelo de Freddie está mojado y el hombro de mamá y su rostro también lo están. Por último te subes a un coche rumbo al aeropuerto, te despides con la mano y observas por última vez tu hogar. El camino fue tranquilo, aun estaba en España y volvía a no ser consciente de lo que iba a ocurrir… hasta que subí al avión, ahí lo supe.

Llegamos a Edimburgo a las 23:30. Salimos del avión y nos chocamos con aquellas temperaturas a las que más o menos mi piel se ha ido acostumbrado, recogimos las maletas y vimos como los malditos encargados del equipaje se habían cargado mi maleta nueva. Salimos del aeropuerto, llamamos al compañero de piso, cogimos un autobús, nos bajamos en George square y nos subimos a un taxi que por 7 GBP nos dejó en la misma puerta de nuestra casa. La primera impresión al ver al abogado (nuestro compañero de piso) fue “con este en la misma casa no sobrevivimos a esta noche”, vimos a un hombre de mediana edad, calvo, un poco desgarbado y con una mirada un tanto macabra; pero al final resultó ser muy simpático. Tenía un acento escocés insoportable, que sólo Huzu a duras penas entendía (con el tiempo he acabado acostumbrándome), nos enseñó la casa y nos ayudó con el equipaje. La casa no está mal, no es muy grande y está poco equipada, pero es acogedora, nuestra habitación no tiene armario ni calefacción y desgraciadamente no tenemos internet, pero nos apañamos como podemos. Al entrar en el salón lo primero que vi fue una Fender Telecaster blanca (exactamente igual que la que tocó Freddie Mercury en un concierto) y eso hizo que la casa cobrará un poco más de valor, sobre todo para Huzu, quien tiene abandonada su guitarra desde que conoció esta. La noche fue más tranquila de lo que esperábamos, estuvimos hablando un poco con Kenny y nos fuimos a la habitación. Cuando entré en nuestro cuarto vi a Huzu descolgando el espejo, cuando le pregunté porque lo estaba haciendo me contestó que había tenido la impresión de que Kenny nos vigilaba por ahí y tenía que asegurarse, la verdad es que el espejo parecía algo sospechoso, pero podíamos estar tranquilos.

3.10.2011

Sin duda este día fue uno de los más duros de mi estancia en Edimburgo, a las 7pm tenía mi primer encuentro con la familia de la cual soy babysitter actualmente. Le pedí a Huzu que me acompañara, no sólo para que me ayudara a encontrar el lugar sino para tener un traductor si las cosas iban mal. Llegamos antes de lo previsto y para no interrumpir estuvimos dando una pequeña vuelta por la zona. Nos acercamos a la casa y vimos a la pequeña de las niñas, Carmilia (la que parecía fea en la foto pero ha resultado ser muy guapa), a través de la cristalera. Había estado bastante nerviosa durante todo el camino, pero al verme en la puerta mi corazón empezó a acelerarse desmesuradamente, tanto que era incapaz de pronunciar una palabra sin que mi voz no temblara. La presión del primer momento, el miedo al rechazo y mis nervios naturales, hicieron que aquel primer encuentro se convirtiera en todo un desastre… Fui incapaz de formar una sola frase coherente y estaba tan preocupada en bajar el calor de mis mejillas con mis manos congeladas que apenas me estaba enterando de lo que Sepideh (la madre de las niñas) me decía, en ocasiones era Huzu quien tenía que contestar por mi o decirme en español lo que tenía que decirle, fue peor que terrible. Me enseñó la casa y mis tareas, luego fuimos en su coche al colegio de Carmilia (que está a unos 5 minutos de mi casa), recogimos a la niña mayor, Ariane, y me llevó a casa. Pasé una noche fatal, la había liado demasiado y era más que consciente de ello, lo que no entiendo es cómo después de aquel encuentro estoy trabajando actualmente para ellos.

El primer día de trabajo fue… fue un poco desastroso también. Recogí a la pequeña del colegio y no sabía de qué hablar con ella , no la conocía y era la primera niña de 8 años con la que iba a hablar en inglés, pero Carmilia es muy abierta y rápidamente entablamos conversación cuando llegamos a la casa. Lo peor llegó con la cena, quemé el arroz, el agua se evaporó sin darme cuenta y se quemó, no habría habido ningún problema si no fuera porque la olla tenía todo el fondo negro, el arroz quemado se había quedado totalmente pegado y era incapaz de quitarlo con el estropajo. Tiré el arroz quemado, dejé la olla en el fregadero y volví a cocinar arroz, estaba tan nerviosa y agobiada por lo ocurrido que quité el arroz antes de tiempo y sin probarlo, por miedo a que volviera a pasar lo mismo. Mi jefa llegó, vio la olla quemada y probó el arroz y estaba duro, me dijo que no pasaba nada, pero sé que por dentro se estaba arrepintiendo de haberme contratado.

Poco a poco mi situación aquí ha ido mejorando, mi jefa dice que mi inglés ha mejorado, con las niñas todo va bien, Ariane es la que más problemas da a la hora de la comida y en otras ocasiones pero dado en la edad que está no esperaba lo contrario, aun así se lleva muy bien conmigo y me ayuda siempre que lo necesito. Con Carmilia todo es perfecto, le estoy cogiendo mucho cariño a ese pequeño diablo de pelo rubio, es muy nerviosa, incluso más de lo que lo soy yo y a veces tengo que bajarla del sofá o sentarla a la fuerza para que termine la cena (la mayoría de las veces tarda una hora en cenar), pero es muy divertida, nos reímos mucho juntas y te puedes llevar toda la tarde con ella dibujando o bailando y se queda tranquila. Es un encanto, un encantocon mucha cabezonería...Ella sigue empeñada en que Atenas está en España, por más que le diga que está en Grecia.

La primera semana no pudimos dedicarla demasiado a conocer la ciudad, Huzu ya la conocía, pero yo tenía muchas ganas de ver cada rincón de este encantador lugar. El primer día fui al centro de la ciudad, vi el Castillo, la Royal Mile, la estatua de Hume, la catedral y poco más, y el resto de los días los dedicamos a arreglar algunas cosas que debíamos arreglar, la tarjeta del autobús, etc. Gastamos mucho dinero en comer fuera hasta que decidimos hacer nuestra primera compra en Tesco y cocinar, vimos lo barato que salía cada comida e intentamos comer fuera lo mínimo posible. Estuvimos incomunicados (y en cierto modo lo seguimos estando), debido al internet, y gastando demasiado dinero en “internet cafés” para poco tiempo de internet.
 
Aunque de forma muy resumida, estos han sido mis primeros días en Edimburgo